sábado, 24 de diciembre de 2016

Jardiel, Un Escritor De Ida Y Vuelta, La Ortodoxia Bien Entendida

Ortodoxia:
Conformidad con los principios de una doctrina o con las normas o prácticas tradicionales, aceptadas por la mayoría como las más adecuadas en un determinado ámbito. (Diccionario de la Real Academia Española)
Se le tiene mucho miedo en el ámbito teatral de nuestro país a las producciones tradicionales, o que no se salen de lo estrictamente planteado por su autor, y se suele asociar a la caspa y a producciones acartonadas con olor a naftalina y que no aportan nada. Yo creo que es interesante (si se quiere conocer bien un clásico) verlo en su vertiente mas tradicional, al menos una vez, ya que esto nos va a servir para entender mejor el material original, y para posteriormente entender y disfrutar mejor, producciones mas vanguardistas, que a fin de cuentas son las que hacen que el arte de la escena avance.
No soy ningún purista, pero entiendo que las propuestas tradicionales son necesarias y no me molesta en absoluto verlas. Solo pido calidad, nada mas.
Todo esto viene a cuento de la estupenda (y ortodoxa) puesta de Un marido de ida y vuelta que se está llevando a cabo en el María Guerrero dentro de la programación del CDN, que es una prueba de que cuando las cosas funcionan da igual el tipo de propuesta escénica por la que se haya apostado, ya que toda propuesta es válida siempre que se haga bien. Lo que si que no funcionan nunca son los prejuicios del que se cierra a cualquier expresión artística, tanto los que van de ultra-modernos, como los ultra-puristas, de posiciones encontradísimas, y que me dan la misma pereza unos que otros, ya que el fondo de todo esto es que ambos se creen con la razón absoluta, sin tener en cuenta ninguno de los dos que  para que el teatro esté vivo se necesitan producciones tanto de uno como otro estilo.



Jardiel un escritor de ida y vuelta es Un marido de ida y vuelta tal cual lo escribió Jardiel, con algún añadido en los cambios de acto que sirven como acercamiento a la figura del maltratado Enrique Jardiel Poncela. Dichos añadidos se integran perfectamente en la obra y sirven a la perfección para conocer un poco mas sobre la figua de Jardiel. En general encontré muy atinadas las escenas, con excepción de aquella en la que Jardiel se explica politicamente, algo que creo que no es necesario, ya que consigue el efecto contrario, y que nos parezca que dichas explicaciones son un tanto forzadas. Jardiel se debe afrontar sin complejos, y  todo se hubiese resumido de forma mucho mas simple con la frase que el propio Jardiel le dijo a su hija, y que fue que en política se había equivocado. El momento de la función en el que Jardiel nos explica porqué tomó el camino que tomó es farragoso y no está resuelto de forma satisfactoria, el resto un hallazgo mas que justificado y muy necesario, dado lo desconocida que es la figura y la obra de Jardiel hoy en día para cierta parte del público.



Un marido de ida y vuelta se estrenó en 1939, y cuenta una historia muy surrealista sobre maridos espectrales, mujeres que se ponen años en vez de quitarse, y un servicio rendido a los pies del "espectro del señor".
Le salió a Jardiel una obra maestra, de estructura sólida como una roca, unos personajes inolvidables, y un refinado sentido del humor, en la que la palabra tiene mucho que decir, y en la que el uso del lenguaje es un portento que asombra al mas pintado. Me gusta muchísimo Jardiel, me parece uno de los mejores autores de su época, un completo incomprendido y sin duda un precursor del posterior Teatro Del Absurdo.
Este texto tiene una jugosa anécdota de plagio, ya que Noël Coward estrenó en el 41 Un espiritu burlón, de historia casi igual. Lo del plagio tiene su miga, ya que Coward y Jardiel eran amigos, enviándole el autor español un manuscrito al autor inglés de Un marido de ida y vuelta. Coward nunca reconoció haberlo recibido y dos años depués... !bingo¡ comedia con el espectro de la señora como protagonista principal. Un espiritu burlón posiblemente sea el título mas famoso de Coward, y es reconocido a nivel mundial. De Un marido de ida y vuelta, solo nos acordamos cuatro. Cosas de este país y del reconocimiento hacia nuestras artes escénicas, que me parecen una vergüenza nacional.



Vayamos con el elenco: 
La caterva de sirvientes de la mansión en la que se desarrolla la acción está perfectamente ejecutada por unos actores en estado de gracia, entre los que brilla especialmente una frescachona Raquel Cordero, que encontré graciosísima y disfrutona a mas no poder y un Felipe Andrés de breve pero fresca intervención. Paco Déniz como mayordomo esta superior, ofreciendo laconismo y comicidad a partes iguales. Déniz destaca desde el gesto pequeño y contenido y no pasa en absoluto desapercibido. 
Dentro de la peculiar familia que protagoniza esta obra, Carmen Gutiérrez ofrece una deliciosa comicidad dando vida a la amiga de toda la vida que no pierde la ocasión ni de soltar la pulla en el momento preciso ni de pescar marido cuando el destino se lo sirve en bandeja, Gutiérrez las deja caer así como si nada, y el resultado es rotundamente divertido, y de gran empaque teatral. Juan Carlos Talavera da vida a uno de los personajes que mas me gusta del texto, un pobre cenizo de gran sensibilidad que cada vez que una desgracia cae sobre nuestros protagonistas se lo echa a las espaldas para llenar su mochila de tristezas. Macarena Sanz y Luis Flor, en un código mas extremado, dan el contrapunto perfecto al resto de las interpretaciones, siendo deliciosa la primera escena de Flor con Lucía Quintana, y la ingenuidad de Sanz en un papel un tanto estereotipado pero no falto de efectividad. Estos dos personajes son profundamente jardielanos, y el tratamiento de los mismos también lo es, especialmente en el caso de Flor, incongruente en su psicología, y tan absurdo como el propio humor de Jardiel lo era. Flor parece una cosa, aunque luego sea otra ¿o no lo es? ja, ja, ja,  juzgad vosotros mismos. Una de las estrellas de la función es la superlativa Paloma Paso Jardiel, como la tía que reparte bofetadas y frases lapidarias a diestro y siniestro con una sabiduría teatral realmente admirable, y un control prodigioso de todo lo que conlleva estar sobre el escenario, Paso está de premio en un papel, netamente, de lo que se llamaba característica en los tiempos de Jardiel, y que en este caso sube hasta lo estratosférico gracias al saber hacer de esta actriz que por motivos mas que conocidos entiende a Jardiel hasta la raiz, tal y como se demuestra en su trabajo.
En cuanto al trío principal, decir que en líneas generales está mas que atinado. Paco Ochoa cumple sin problemas en un papel desagradecido pero muy necesario para el desarrollo de la trama. Sin parecerse nada fisicamente, me recordó, especialmente al principio, a Fernando Fernán Gómez, que tanto quería a Jardiel, no se si es intencionado o sugestión mía, algo que en cualquiera de los dos casos dice mucho del acierto de la propuesta. Lucía Quintana cumple como la heroína de la función, resultando mas efectiva en los momentos de ligera comedia, que en los mas melancólicos, ya que en algún momento parece salirse un poco del personaje, nada que a base de funciones no acabe de corregirse. Encuentro a Quintana una actriz de gran magnetismo que me gana por su presencia y lo que transmite desde el escenario. Para finalizar Jacobo Dicenta como Pepe-Jardiel, siendo su trabajo el mas complicado actoralmente dado lo que conlleva salir de Pepe para entrar en Jardiel en cuestión de segundos, y que Dicenta consigue a la perfección logrando que ambos papeles lleguen a fundirse en uno, sin que al espectador le choque en ningún momento. Dicenta dota de gran sensibilidad a Jardiel, algo que estoy absolutmente convencido que así era en su vida real.



Ernesto Caballero firma la versión y la producción, siendo un acierto a todos los niveles.
Caballero lleva la obra en el mas puro código de alta comedia, glamourosa y artificiosa, tan cercana al teatro inglés, siendo el tono y el ritmo de la misma perfecto. Nuestro director mima hasta el infinito a sus actores procurando que cada uno tenga su momento de brillo, algo muy difícil en una obra de estas características, y no deja pasar por alto a ninguno de los personajes que pululan por el escenario, aunque de una sola frase se trate. Los secuandarios son siempre muy importantes, en Jardiel son vitales, ya que son los encargados de dar atmósfera a sus textos, y conseguir el peculiar universo jardielano plagado de raros personajes de indudable comicidad.
Ernesto Caballero apuesta por el metateatro como recurso siendo el resultado de gran elegancia y muy sabroso. La primera y última escena de eco pirandelliano, y el juego en el que la escenografía de Paco Azorín casi funciona como un falso espejo en el que se reflejan las plateas del María Guerrero, me resultaron deliciosos y ayudan a cargar de magia al montaje, que me da a mi la sensación que a Jardiel le hubiese encantado, y en el que se ha cuidado al milímetro lo que el autor soñaba (y nunca pudo ver) en cuanto a movimientos escenográficos.
Caballero sirve un espectáculo cargado de elegancia visual (en el que las cálidas luces de Ion Anibal tienen mucho que decir), un poético final y sobre todo en el que se desprende el respeto y amor sobre Enrique Jardiel Poncela, siendo el resultado irresistible y divertido en igual medida, y un ejemplo clarísimo de que la ortodoxia bien entendida, funciona y funcionará. Que nadie espere encontrar caspa o acartonamiento en esta función, porque no los hay. Lo que hay es un cuidado tratamiento del texto, una refinada propuesta estética, y diversión, mucha diversión. Exactamente todo aquello por lo que Enrique Jardiel Poncela destaca.



En resumen, una propuesta altamente recomendable, que no debe pasar desapercibida para ningún amante del teatro. Ver a Jardiel en estas cotas de excelencia no es fácil, ya que muchas veces no ha sido muy bien tratado escénicamente. Jardiel se merecía una reivindicación a esta altura, y el público también. No debemos perder este repertorio, ni debemos perder a  los autores que como Jardiel, Paso, Mihura y tantos otros, durante mucho tiempo fueron reyes de nuestros escenarios. Son necesarios, divertidos y exquisitamente cómicos, que no se nos olvide.





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