miércoles, 22 de febrero de 2017

Las Brujas De Salem, El Negro Crisol Del Fanatismo

Hay textos que se me antojan imprescindibles para la formación de cualquier persona. Las brujas de Salem de Arthur Miller que se está representando en el Teatro Valle Inclán, es para mi uno de ellos. Adoro a Arthur Miller, es uno de mis dramaturgos estadounidenses de cabecera junto con Tennessee Williams y Eugene O´Neill. Ver un texto de Arthur Miller siempre es sinónimo de emociones fuertes, y un sentido de nuestra sociedad descorazonador y extremadamente realista. Los conflictos de las obras de Miller siempre son poderosísimos y se mantienen incólumes sin perder ni una pizca de su fuerza. Cuando salió la programación del CDN de esta temporada Las brujas de Salem eran para mi el título mas importante, y uno de los que mas deseaba ver en directo, ya que nunca se me había logrado y desde mis tiempos de estudiante de interpretación que es un título que forma parte de mi mitología particular. Me saqué las entradas con mas de un mes de antelación, fila tres para no perder ripio y el pasado día 19 con ganas de disfrutar me acerqué al teatro un poco sobrecogido, ya que conociendo el material de base sabía que me iba a dejar arrastrar por la prosa de Miller sin remisión. Con esto quiero decir que para mi, ver Las brujas de Salem no era ver una función mas de teatro, era un acontecimiento importante y muy deseado. Me dejé arrastrar, me emocioné y se me saltaron las lágrimas, no se si por lo ocurrido en el escenario o porque me pilló blandito, pero para mi fue una experiencia muy intensa que quizás esté mas allá de lo meramente teatral para entrar en lo personal.



Las brujas de Salem se escribió en 1952 y se estrenó en Broadway en 1953. El texto de Miller no se puede separar del período de la historia estadounidense conocido como "la caza de brujas" y que cuando se estrenó la función de teatro se encontraba en pleno apogeo. La caza de brujas consistió en la persecución de cualquier persona sospechosa de ser comunista, llegando a convertirse en una triste época donde las listas negras, las delaciones y el miedo eran pan de cada día, resultando de ello uno de los períodos mas oscuros de la historia de Estados Unidos. El propio Miller fue represaliado por no dar nombres en la comisión investigadora a la que se vio sometido debido a la acusación de simpatizante comunista por parte de Elia Kazan. Miller se acogió a la Quinta Enmienda y como consecuencia se le retiró el pasaporte y aún y con esas Miller no cedió a las presiones, y jamás delató a nadie.
Nuestro autor se sirvió de un oscuro hecho histórico ocurrido en Salem para plasmar la irrespirable atmósfera que se estaba viviendo en aquellos tiempos en su país donde cualquiera se podría ver bajo sospecha, por motivos en muchos casos ajenos a la ideología del encausado, ya que las rencillas y los intereses muchas veces fueron el catalizador de las denuncias. Los hechos que Miller narra, con ciertas licencias literarias, se refieren a los jucicios de Salem que transcurrieron en 1692. Como consecuencia de dichos juicios 19 personas fueron ejecutadas por brujos, y mas de 200 encausados, para finalmente demostrarse que todo había sido un invento de unas adolescentes que llevaron la paranoia y el miedo a unos límites tan terribles que la historia trascendió practicamente a nivel mundial. Nadie estaba libre de acusación en Salem, un conflicto de tierras o una palabra mal dicha hacia las niñas conllevaba una acusación con alta probabilidad de cárcel o pena capital. El cerrado entorno de Salem con la secta de Los Puritanos como habitantes principales de la comarca, las complicadas relaciones personales de los habitantes del pueblo, y la represora moral de dicha secta, fueron el caldo de cultivo perfecto para que estallara un terrible episodio de tan nefastas consecuencias.
Miller escribió una intensa obra de conflictos universales y que plantea no pocas dudas en el espectador sobre la verdad, la inocencia, la libertad, la integridad moral, la histeria colectiva, y el honor. Para ello Miller se sirve de un lenguaje directo, poco dado al lirismo, y un clarísimo mensaje en el que las frases pronunciadas por los protagonistas de la obra se convierten en declaraciones de principios y practicamente verdades absolutas. A todo esto hay que añadir un historia tramada con total maestría, cuyo absorbente argumento subyuga al mas pintado, y en el que la angustia, y el suspense se encuentran muy presentes.



La versión que se está llevando a cabo en el Valle Inclán viene firmada en su faceta teatral por Eduardo Mendoza y en la literaria por José López Muñoz, ¿? No me queda muy claro en que consiste el papel de cada uno para ser sinceros. El texto es bastante fiel al original, aunque se le han añadido una serie de escenas, que no aportan absolutamente nada y que me resultaron chirriantes en grado sumo, en la que se nos explica al respetable lo que fueron los juicios de Salem, como si no quedara suficientemente explicado en la obra, y los paralelismos con el período McCarthy y la declaración de Miller. Lo innecesario de estos añadidos entronca con algo que me suele molestar, y es el afán de "culturizar" al respetable, como si no fueran los suficientemente inteligentes para entender lo que están viendo. El texto funciona perfectamente cuando se plantea lo que Miller escribió y los añadidos lastran el resultado final, no de forma estrepitosa, pero si innecesaria.




Vayamos con el elenco, un tanto irregular, pero cumplidor en su mayoría. Dada la extensión del mismo iré a los personajes principales.

José Hervás, como Giles Corey, absolutamente magnífico en una creación cargada de bonhomía y ternura, que no pasa desapercibida. Corey es uno de los personajes mas agradecidos de la función, y Hervás lo aprovecha hasta las últimas consecuencias.

Anna Moliner, como Mary Warren, fue una de las actrices que mas me gustó del elenco. Su personaje es ciertamente difícil, dando vida a una chica bastante débil de mente y muy influenciable, que todo el rato está al borde del ataque de nervios. El trabajo de Moliner es destacable por la dura entrega emocional que conlleva, y lo creíble del mismo, algo que en un personaje tan extremado no es fácil de conseguir. Su frágil físico viene de perlas para la inestable Mary, así como una acertada composición corporal marcada por los continuos tics con las manos, y la  particular forma de moverse que Moliner imprime a su personaje y que redondean a la perfección un trabajo de gran dramatismo e inteligencia.

Nausicaa Bonnin, como Abigail Williams. El personaje de Bonnin es uno de los mas recordados de la función, y en esta producción se la ha dotado de muchísimo carácter, y una interpretación un tanto animalesca que nuestra actriz aborda desde la bravura y la entrega. Abigail es una gran manipuladora que nos llega a resultar cada vez mas odiosa a medida que va avanzando la función. Para que la evolución del personaje sea creíble Nausicaa Bonnin va justificando su cada vez mas desquiciada venganza de forma creciente e inexorable desde un punto de vista hermético inquietante y acertadamente agresivo, consiguiendo en el espectador el efecto deseado.

Albert Prat, como el Reverendo Parrish. Basante desafortunado por varios problemas. El papel no le va nada ya que es demasiado joven, esto podría no importar si el calado de la interpretación estuviera por encima de ello, pero Prat no llega ya que no convence en sus intervenciones, con los textos dichos de forma excesivamente superficial, y con ausencia de verdad en casi todas sus intervenciones. Me faltó peso escénico ya que Parrish en esta producción pasa desapercibido como una sombra que pulula por el proceso, sin tener mucho que decir.

Nora Novas, como Elisabeth Proctor, sin duda la fémina del elenco con mas entidad a todos los niveles. Novas sirvió una interpretación cargada de empaque, contenida y de mucha fuerza, en la que la templada esposa de John Proctor se nos antoja como uno de los grandes papeles de la función. Para lograr esto Nora Novas sin necesidad de aspavientos de ningún tipo y desde una elegante sobriedad consigue conmovernos profundamente en su última escena de su marido, y a su vez electrizarnos en su primera y difícil escena.

Carles Martínez, como el Reverendo John Hale, correcto con peros. Su trabajo funciona mejor cuando de los momentos menos extremados se trata, ya que a veces el tono excesivo de la interpretación, da una idea equivocada del personaje, y sus arrebatos contra el diablo parecen un fingido acto de fariseísmo que no cuadra en absoluto con un hombre que cree en lo que hace y que es profundamente íntegro. Un trabajo mas sosegado hubiese funcionado sin duda mucho mejor, ya que la visión del personaje peligrosamente cercana al telepredicador le resta entidad dramática y no acaba de funcionar de la forma deseada.

Borja Espinosa, como John Proctor, tampoco acaba de redondear su trabajo debido a que los recursos de los que tira Espinosa resultan un tanto forzados, especialmente en el uso de la voz, y una estereotipada visión del hombre rudo de campo que no me acabó de convencer. Se le ha dado a John Proctor un aire muy primario que puede funcionar, pero que no fluctúa lo necesario durante el espectáculo siendo el resultado un tanto plano, y excesivamente parejo. A ello hay que añadir que para imprimir carácter a un personaje no es necesario que hable a gritos continuamente, algo que es una tónica en nuestro actor. Espinosa cumple, pero no acaba de rematar a uno de los personajes mas lucidos del texto.

Lluis Homar, como el Gobernador Danforth. Magnífico tanto en tono físico como en entidad actoral. Homar sirve de narrador además de su personaje principal, siendo en Danforth como realmente se luce a todos los niveles. Templadísimo y de apabullante presencia, su trabajo estuvo marcado por los matices a todos los niveles, el control del texto y una forma de mandar en el escenario prodigiosa. Danforth corta el bacalao desde que sale y Homar lo sabe, llevándolo al extremo con mano firme y marcadísima personalidad. Decir que LLuis Homar es un gran actor no es descubrir la pólvora, pero no queda mas remedio que volver a plantearlo.





Vayamos ahora con la propuesta escénica:
Andrés Lima firma la producción dentro de unos parámetros  menos vanguardistas a los que nos tiene acostumbrado el reputado director. Si bien es cierto que los actores han sido dirigidos en el gesto grande, y en un código una tanto excesivo, el espectáculo llega de forma muy intensa, con momentos de gran altura en lo dramático y unas cotas de tensión muy bien dosificadas, que imprimen una agilidad al espectáculo muy de agradecer, siendo el resultado fácil de ver y sin decaer en ningún momento, pasándose de forma muy rápida las casi tres horas sin descanso en las que se queda la obra. La acción se desarrolla en una conceptual escenografía de Beatriz San Juan, que los propios actores van mutando y que va derivando en iglesia a media que la teocracia y el fanatismo van triunfando en la historia. La función se ha acercado a nuestros días en la ambientación, y se mueve en una época indeterminada que uno asocia a la segunda mitad del S.XX sin estar especialmente definida, algo que sin duda es una acierto dado el carácter universal de lo que se cuenta. El espectáculo se encuentra iluminado de forma muy clara y  cálida produciéndose una inquietante dicotomía entre la negritud de los hechos que ocurren sobre las tablas en un entorno tan luminoso.



En resumen, un propuesta muy recomendable, ya que se puede llegar a disfrutar mucho, y que sin duda resulta un espectáculo de calidad, y con un mensaje mas que interesante en el que el texto de Miller sobresale por encima de algunos errores que a mi personalmente no me molestaron, y cuyo código funciona a la perfección, llegando a emocionar en muchos de sus momentos.



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